Hay basura. Mucha.
No es sencillo percibirlo con tanta gente aquí, pero si te fijas… bien, es preferible no fijarse. Hay colillas por doquier, polvorientas mesas, vasos rotos de plástico y el suelo está pegajoso. A saber cuanta cerveza se ha caído. Es un ambiente horrible. A las sillas les faltan patas, las paredes están tan agrietadas que es un milagro que todavía no se hayan rendido a su destino y sigan en pie.
A la gente no parece importarle. Bailan todos una danza frenética, al son de esa música monótona y a todo volumen que tanto detestas. Casi te parece que los latidos de tu corazón se adapten al ritmo de la melodía. Ríen y cantan, se besan y bailan, gritan y chocan. Las copas pasan de mano en mano y una llega a las tuyas. Tus manos son suaves, son blancas, los dedos largos y las uñas cuidadas y, definitivamente, una copa no queda bien entre ellas. Ríes a carcajadas cuando te susurran algo, y apuras el contenido esbozando una sonrisa satisfecha y triunfadora.
Conforme oscurece las copas se multiplican y las reacciones se exageran. Tú bailas con unos, con otros, vas a la barra, vuelves y sigues bailando. Lo haces con los ojos cerrados porque no soportas la luz de este local que se enciende y se apaga y tintinean, y que te duele. Pero lo aguantas porque es lo que los demás esperan de ti. Porque es necesario que lo hagas.
Sonríes más, fingiendo una felicidad y una despreocupación que no sientes. Arrugas tu pequeña y pálida nariz cuando te ofrecen a beber algo cuyo sabor (y composición) desconoces, pero es un gesto tan pequeño y dura tan poco que es casi imperceptible y nadie lo detecta. Obviamente, vacías el vaso.
Cuando nadie te ve, o cuando crees que nadie te ve, consigues escabullirte y te encierras en el baño, para vomitar. Al hacerlo sientes como si escupieras tu nueva y carismática personalidad y volvieras a ser vulnerable. Es demasiado fuerte para ti, no llevas el tiempo suficiente saliendo por la noche, pero ¿cómo ibas a rechazarlo? También lloras un poco porque…porque te apetece.
Cuando vuelves con el resto, el ambiente se ha animado aún más. En un escenario apartado hay hombres y mujeres que giran la cadera y agitan los hombros, que hacen movimientos imposibles para otros; volteretas hacía delante, hacia detrás y parece que no están sujetos a la gravedad de este planeta.
El volumen aumenta con disimulo, pero para pero para cuando te das cuenta es ya un estruendo que no te permite pensar con claridad, te molesta y hace que te marees.
Sé que te sientes mal. Que aunque estés rodeada de gente te sientes perdida y sola, que no sabes lo que hacer después y que esto es lo que buscabas, pero no lo que querías. Miras a tu alrededor con los ojos enrojecidos, recorres con la vista este horrible lugar. Es deprimente, ¿qué haces aquí?
Y entonces viene…ese y te agarra de las caderas. Tú le sonríes y te ruborizas. Bailáis, pero tú sabes que sus intenciones no son buenas, mucho menos castas. Al rato, te está besando y tú… te dejas.
Te coge de la mano y dice que salgáis fuera. No. No lo hagas. No quiero.
¿Por qué se han vuelto así las cosas? Nos queríamos, ¿recuerdas? Eras mi amiga? Te has metido en una trampa y no sé si sabrás salir, porque créeme, cuesta. ¿A quién quieres agradar? A mi me gustabas.
Cuando sales me ves. Sabes que te he estado observando toda la noche desde esta esquina. Y me sonríes con los ojos apagados, que lo nuestro ya nunca serán como antes, que no quieres que lo sea, que eres feliz así, ¿lo eres?
A la gente no parece importarle. Bailan todos una danza frenética, al son de esa música monótona y a todo volumen que tanto detestas. Casi te parece que los latidos de tu corazón se adapten al ritmo de la melodía. Ríen y cantan, se besan y bailan, gritan y chocan. Las copas pasan de mano en mano y una llega a las tuyas. Tus manos son suaves, son blancas, los dedos largos y las uñas cuidadas y, definitivamente, una copa no queda bien entre ellas. Ríes a carcajadas cuando te susurran algo, y apuras el contenido esbozando una sonrisa satisfecha y triunfadora.
Conforme oscurece las copas se multiplican y las reacciones se exageran. Tú bailas con unos, con otros, vas a la barra, vuelves y sigues bailando. Lo haces con los ojos cerrados porque no soportas la luz de este local que se enciende y se apaga y tintinean, y que te duele. Pero lo aguantas porque es lo que los demás esperan de ti. Porque es necesario que lo hagas.
Sonríes más, fingiendo una felicidad y una despreocupación que no sientes. Arrugas tu pequeña y pálida nariz cuando te ofrecen a beber algo cuyo sabor (y composición) desconoces, pero es un gesto tan pequeño y dura tan poco que es casi imperceptible y nadie lo detecta. Obviamente, vacías el vaso.
Cuando nadie te ve, o cuando crees que nadie te ve, consigues escabullirte y te encierras en el baño, para vomitar. Al hacerlo sientes como si escupieras tu nueva y carismática personalidad y volvieras a ser vulnerable. Es demasiado fuerte para ti, no llevas el tiempo suficiente saliendo por la noche, pero ¿cómo ibas a rechazarlo? También lloras un poco porque…porque te apetece.
Cuando vuelves con el resto, el ambiente se ha animado aún más. En un escenario apartado hay hombres y mujeres que giran la cadera y agitan los hombros, que hacen movimientos imposibles para otros; volteretas hacía delante, hacia detrás y parece que no están sujetos a la gravedad de este planeta.
El volumen aumenta con disimulo, pero para pero para cuando te das cuenta es ya un estruendo que no te permite pensar con claridad, te molesta y hace que te marees.
Sé que te sientes mal. Que aunque estés rodeada de gente te sientes perdida y sola, que no sabes lo que hacer después y que esto es lo que buscabas, pero no lo que querías. Miras a tu alrededor con los ojos enrojecidos, recorres con la vista este horrible lugar. Es deprimente, ¿qué haces aquí?
Y entonces viene…ese y te agarra de las caderas. Tú le sonríes y te ruborizas. Bailáis, pero tú sabes que sus intenciones no son buenas, mucho menos castas. Al rato, te está besando y tú… te dejas.
Te coge de la mano y dice que salgáis fuera. No. No lo hagas. No quiero.
¿Por qué se han vuelto así las cosas? Nos queríamos, ¿recuerdas? Eras mi amiga? Te has metido en una trampa y no sé si sabrás salir, porque créeme, cuesta. ¿A quién quieres agradar? A mi me gustabas.
Cuando sales me ves. Sabes que te he estado observando toda la noche desde esta esquina. Y me sonríes con los ojos apagados, que lo nuestro ya nunca serán como antes, que no quieres que lo sea, que eres feliz así, ¿lo eres?
No hay comentarios:
Publicar un comentario